Rondaba la una de la
madrugada del 25 de julio cuando sonó el teléfono. No auguraba nada
bueno. Desde entonces, nunca más he utilizado Stockholm Syndrome
como tono de llamada. Me trae demasiados malos recuerdos. Fue a esa
hora cuando supe que te habías ido para siempre. Ha pasado un largo
año y sigo echándote de menos.
Me dueles menos. Ya no
lloro cuando hablo de ti. No es porque no te piense: antes de
acostarme siempre te doy las buenas noches. Es que empiezo a recordar
los buenos momentos para olvidar los malos. Te recuerdo cuando hago
algún plato que tú preparabas a la perfección, cuando hablo con
amigos sobre cualquier trivialidad, cuando me sorprendo diciendo en
voz alta cosas que solo tú entenderías. Te recuerdo cada día.
Guardo aún tus cenizas.
No he encontrado todavía el momento de dejarte ir del todo. Siento
eso, no haberte dejado ir del todo. Pero aún te quiero a mi lado.
Todavía debes estar a mi lado.
Han cambiado muchas cosas
en un año. O quizá no han cambiado tantas. Hoy los diarios y las
teles recordaran el accidente de tren de
Santiago, que pasó horas antes de tu marcha. Mientras, yo trabajo en
algo temporal, pero seguro que te alegras. Sigo enamorada del mismo
hombre, sigo teniendo a mis amigos. Tus hijos
siguen sin dar señales de vida, pero doy gracias por ello.
Códex sigue bien, un año
más viejo, pero dando la tabarra como de costumbre. Estoy segura de
que también te echa de menos.
Espero no haberte
decepcionado mucho. Espero que seas feliz en el cielo de las madres.
Espero que me sigas cuidando. Te quiero, mama. Mucho. Sigue
descansando.