sábado, 2 de septiembre de 2017

Códex

Desde pequeña he tenido mascotas, siempre perrunas, pero las pérdidas no me han dolido tanto como la tuya. Criada con perros, unas se aficiona a esa inestimable compañía, tan especial, tan incondicional. Un día te quedas sola y no sabes hacia dónde ir, qué hacer.

Tú llegaste a mi vida en soledad, tras una ruptura, convencida de que te necesitaba. Y te necesitaba. Desde entonces, nueve años atrás, te convertiste en mi amigo fiel, el que nunca me falló. Hace un año y medio empezaste a envejecer de repente. Convulsionabas y no sabía el por qué. Meses después supe que un tumor afectaba tu cerebro, me diste lo peor de ti, pero supimos hacerle frente. Ha sido un año en el que te has vuelto débil, has dejado tu vitalidad de un día para otro. Pero lo hemos superado, en parte. Hasta que el tumor ha afectado tus capacidades motrices y has dejado de ser tú. Y en una semana, hemos pasado de pasear por la riera a no poderte ni mover, a comer por obligación, a mirarme con ojos de se acaba.

Te dije, entre mis brazos hace un par de noches, que debías dejarte ir. Pero eres demasiado tozudo, cabezota, demasiado como yo como para irte. Ayer no quisiste ni comer, te encontré tumbado sin poder moverte en esa terraza que tanto te gustaba. Habías salido a hacer tus cosas porque ya ni podía sacarte a la calle. Y te quedaste ahí hasta que yo llegué.

Maldito viernes tarde en el que sabía que debía tomar la decisión por ti. Volé, no sabes cuánto volé para volver hacia ti y llevarte a descansar porque sabía que tú no lo harías, porque eres demasiado testarudo como para dejarme. Y fueron tres segundos. Tres. Tiempo interminable entre la vida y el ya no estás. Tres segundos para dejarte ir para siempre.

Me has acompañado en las alegrías, me has acompañado en mis viajes (¿Recuerdas la casa de Donosti, el cámping de Bielsa, las escapadas, la montaña?), también en mis penas (¿Estás con la yaya?), en los lloros. Tu mirada tierna siempre estaba ahí, tus lametones me daban vida. Y ahora tu caseta, esa que te hicimos para resguardarte, está vacía, como la casa entera. Ya no estás y yo sigo aquí, preguntándome si no podría haberlo hecho mejor.


Te echo de menos. Tanto. Siempre. Te quiero. Perdóname por quitarte la vida: era lo más humano.