Desde pequeña he tenido mascotas,
siempre perrunas, pero las pérdidas no me han dolido tanto como la
tuya. Criada con perros, unas se aficiona a esa inestimable compañía,
tan especial, tan incondicional. Un día te quedas sola y no sabes
hacia dónde ir, qué hacer.
Tú llegaste a mi vida en soledad, tras
una ruptura, convencida de que te necesitaba. Y te necesitaba. Desde
entonces, nueve años atrás, te convertiste en mi amigo fiel, el que
nunca me falló. Hace un año y medio empezaste a envejecer de
repente. Convulsionabas y no sabía el por qué. Meses después supe
que un tumor afectaba tu cerebro, me diste lo peor de ti, pero
supimos hacerle frente. Ha sido un año en el que te has vuelto
débil, has dejado tu vitalidad de un día para otro. Pero lo hemos
superado, en parte. Hasta que el tumor ha afectado tus capacidades
motrices y has dejado de ser tú. Y en una semana, hemos pasado de
pasear por la riera a no poderte ni mover, a comer por obligación, a
mirarme con ojos de se acaba.
Te dije, entre mis brazos hace un par
de noches, que debías dejarte ir. Pero eres demasiado tozudo,
cabezota, demasiado como yo como para irte. Ayer no quisiste ni
comer, te encontré tumbado sin poder moverte en esa terraza que
tanto te gustaba. Habías salido a hacer tus cosas porque ya ni podía
sacarte a la calle. Y te quedaste ahí hasta que yo llegué.
Maldito viernes tarde en el que sabía
que debía tomar la decisión por ti. Volé, no sabes cuánto volé
para volver hacia ti y llevarte a descansar porque sabía que tú no
lo harías, porque eres demasiado testarudo como para dejarme. Y
fueron tres segundos. Tres. Tiempo interminable entre la vida y el ya
no estás. Tres segundos para dejarte ir para siempre.
Me has acompañado en las alegrías, me
has acompañado en mis viajes (¿Recuerdas la casa de Donosti, el
cámping de Bielsa, las escapadas, la montaña?), también en mis
penas (¿Estás con la yaya?), en los lloros. Tu mirada tierna
siempre estaba ahí, tus lametones me daban vida. Y ahora tu caseta,
esa que te hicimos para resguardarte, está vacía, como la casa
entera. Ya no estás y yo sigo aquí, preguntándome si no podría
haberlo hecho mejor.
Te echo de menos. Tanto. Siempre. Te
quiero. Perdóname por quitarte la vida: era lo más humano.