domingo, 7 de febrero de 2016

Bueno, bonito, barato

Mi suavizante es de marca blanca. El otro día me preguntaron cuál era. No supe qué responder porque no lo recordaba. Parece que el olor persistía en la ropa y yo no me había dado cuenta. Pasa lo mismo con los perfumes. En cuanto te acostumbras a uno no sientes su aroma, pero sí lo hace el resto de la humanidad. De ahí que te recuerden por el olor, aunque también pueda ser por el corporal. Hubo quien me decía que le encantaba mi olor, pero no el de mi perfume: el de mi cuerpo. Soy incapaz de identificarlo, más allá de cuando sudo mucho y me avergüenzo del hedor. Aunque también es cierto que nadie me dijo nunca que apestara a sudor...
Me estoy yendo por las ramas.
A veces me siento como un suavizante para la ropa. De hecho, tengo hasta un anuncio publicitario personal en el cual caen muchos potenciales compradores. Es puro márqueting. Una buena imagen (retocada, por supuesto). Un buen eslogan robado de una canción. Un texto con gancho que no reproduzco porque es ciertamente genial y no quiero que me plagiéis. Y ahí están los clientes: abren el tapón antes de comprarme, me huelen, se convencen y me llevan a su casa. Pero una vez allí me usan para su ropa y creen que quizá no estoy a la altura, que quizá si hubieran comprado aquel suavizante más caro no tendrían que planchar la ropa, a lo mejor no tendrían que hacer nada. Nada más. Y me abandonan encima de la lavadora. Ahí, que es el lugar de los suavizantes de marca blanca, aquellos que solo usas cuando se te ha acabado el Mimosín, aunque sepas que su olor persiste, por mucho que tú no quieras reconocerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario