martes, 30 de abril de 2013

Túnel

He improvisado. He ido hasta Francia. La verdad es que lo que me motivaba era pasar por el túnel de Bielsa. Es de unos tres kilómetros. El kilómetro español está mejor acondicionado que los dos franceses. Me he esperado unos 6 o 7 minutos para poder cruzar. Una vez dentro, el túnel era como mi vida. Angosto, largo, inacabable. El que coche que me precedía se iba alejando, mal símil de ti y de mí. Tú te ibas alejando y yo no lograba alcanzarte. Pero justo antes de llegar al final del trayecto, he dado con él. Por mucho que quieras alejarte, daré contigo, me toparé.

Al llegar a Francia, todo ha cambiado de repente: el paisaje, menos abrupto. Las laderas, más verdes. La carretera, más curvada. Y las ovejas, el principal escollo. Yaciendo medio muertas en medio del camino. Daban lástima. No deberían darme pena porque están acostumbradas a vivir así. Y así, como la poca parte de Francia que he visto, eres tú. Eres menos angosto de lo que crees, pero tu camino es ondulante, con idas y venidas, sin pisar tierra firme. Seguir tu camino supone toparse con obstáculos, que no insalvables, puesto que siempre son los mismos y yacen, como las ovejas, en el mismo punto. Mansas, infatigables, acostumbradas a una vida monótona, aburrida, al sol, paciendo de tus laderas verdes. Me he asustado. He vuelto por donde he venido. Me atraes, pero me asustas. Y a lo mejor recularé, no lo sé.

lunes, 29 de abril de 2013

Miénteme

Miénteme porque la ignorancia nos hace felices.
Miénteme porque no me quieres mal y existen las mentiras piadosas.
Miénteme porque no quieres verme sufrir.
Miénteme y cuéntame cuentos de esos que tanto me gustan.
Miénteme y explícame cuanto me echas de menos.
Miénteme y alarga la agonía.
Miénteme y deja de resolver los problemas.
Miénteme y huye como un cobarde.
Miénteme y hazme sentir mejor.
Miénteme hoy, mañana y siempre.
Miénteme, que yo me lo creeré. 

 

viernes, 26 de abril de 2013

Desconectar

Dice la canción: “Necesito unas vacaciones de amar, solo quiero dar palmas y bailar”. Admiro a quienes pueden desconectar el cerebro un solo instante y no pensar en nada, mantener la mente en blanco. Querría la receta de la desconexión, tener a mano el botón que permita hacer ¡clic! Y apagar mi cerebro. Otros dirán que mantener la mente siempre ocupada es saludable, evita que las pocas neuronas sanas que quedan puedan sobrevivir en buenas condiciones. Permíteme que lo dude. Cuando trabajaba era incapaz de desconectar. En vacaciones, seguía preocupada por cómo irían las cosas sin mí. No digas que era porque me creía imprescindible. Nadie es imprescindible. Es una sensación de querer tenerlo todo bajo control.

esamiva.blogspot.com.es
Y ahora que no trabajo sigo sin ser capaz de desconectar. Pienso en lo que pasó, analizo cada uno de los pasos, pienso en lo que puede pasar, en planificar el futuro incierto. Eso provoca el insomnio. Envidio los que pueden dejar sus problemas o preocupaciones tras la puerta de la habitación y duermen como lirones. No puedo. Lo intento. Intento meterme en la cama, relajarme, vaciar el cerebro de pensamientos y dormir. Pero no puedo. Pienso en lo que hice ese día, qué dije, que pude haber dicho, que pude haber hecho, qué debería hacer o debería decir. Tengo un pequeño truco: pensar en cosas positivas que no van a pasar. Pero eso tiene un evidente peligro, confundir los recuerdos verdaderos con los imaginados. 

En ocasiones no consigo distinguir lo que viví de lo que pensé. El truco no siempre funciona, así que paso noches sin dormir. Viene de familia. Me di cuenta estos días. Mi madre lleva una semana sin dormir, acaso si duerme cuatro horas diarias. El dolor no es lo único que le provoca el insomnio, es la desazón, el pensar, el cavilar, el no poder desconectar ni un momento.

¿Qué haces para desconectar?

jueves, 25 de abril de 2013

No me robes las canciones

Soy la niña imantada que vivió en el mundo de asfalto. Aquella que paseaba en la parte trasera del coche hacia cualquier otra parte. Soy la primavera que llegó a la ciudad una mañana de enero, creyendo en un nuevo nacimiento y entonando la melodía de una de las sinfonías de la musa. Soy la que un año nuevo tuvo más regalos por abrir, antes que el carbón hiciera los reyes magos. Soy la del trozo de barro en el acceso 14. La beata y ramera, dignísima gente rastrera.



Tú eres el del piano en las costillas sin hacer cosquillas y el que hoy se siente bien. Aquel que solo piensa en ninfómanas los sábados y canta al flow. Tú eres el del renacimiento, el que tiene en el cerebro ruina y mierda en la cocina, el que se folla a las mentes, el que toma de todo menos decisiones.



Así que, ahora que sabemos que tú eres tú y yo soy yo, deja de robarme las canciones. Que tú no eres yo, y yo nunca quise ser tú.

 

(Al menos esta canción no me la robaste. Cuando la escuchaba no pensaba en ti). 

miércoles, 24 de abril de 2013

Demasiadas adicciones

Dos días sin tabaco. Los días más largos de su vida (exagerando hasta la extenuación). Dos días a dieta, más largos que un día sin pan (en eso consisten las dietas, fuera hidratos, dulces, grasas, etc). Dos días sin hablar con él (¿Sí? ¿Seguro?). Demasiadas adicciones a dejar en un mismo momento.

A los 17 años, antes de empezar el COU (eso que antes se hacía para ingresar en la universidad y que consistía en un curso a elegir entre: ciencias puras, ciencias mixtas, letras puras, letras mixtas) decidió que debía perder peso. Desde siempre había sido una niña entrada en carnes, de buen comer, no obesa, pero con sobrepeso, para qué negarlo. La adolescencia la pasó con más pena que gloria, con algunos episodios que hoy día se calificarían de mobbing pero que en aquel entonces se aguantaban con toda la dignidad posible, muchas lágrimas y un fortalecimiento interior increíble. Pero llegaba COU y luego la universidad, y quería estar guapa. Sí, una también era superficial. Así que aquel verano antes del COU dejó de comer. Empezó una dieta recomendada por un endocrinólogo que se saltó a la torera a la primera de cambio. Si la dieta era de 1.500 calorías, consumía, a lo sumo, 1.100, eso cuando las consumía. Compró una cinta de VHS (sí, vídeo, ¿lo recordáis?) con ejercicios aeróbicos (lo que hoy sería el zumba) y cada día hacía la hora y media de ejercicios recomendados. En poco tiempo perdió 20 quilos. ¿Y lo mona que estaba? 

Con el tiempo, pero, se dio cuenta que su metabolismo le jugaba malas pasadas, tenía tendencia a engordar. Y la comida a veces era como una droga: en momentos de ansiedad, le daba por comer (dulces, salados, lo que fuera). Cuando empezó a fumar, cambió una adicción por otra y si alguna vez engordaba, fumaba más para no comer. Pero no siempre funcionaba, así que admitió que tenía dos adicciones.

Años más tarde llegó él: ni dejó de comer, ni dejó de fumar. Tenía tres adicciones. Y ahora las quiere cortar todas de raíz. Se encomienda al santo, santero o quien fuera que le dio fuerzas a los 17 años para tener la voluntad necesaria para dejar de comer en exceso, dejar de fumar y dejar de hablarle. Y es por eso que se pregunta: ¿no son demasiadas adicciones a abandonar en un mismo momento?

martes, 23 de abril de 2013

A dos años vista

El día que me echaron del trabajo en el que había estado durante tres años no supe hacer otra cosa que llorar. Nos reunieron en una sala para explicarnos los supuestos motivos del recorte de personal, motivos que nadie creía, y todo aquello que estuve ensayando ante el espejo días antes, cuando sospechaba que aquella misteriosa reunión era para despedirnos, todo aquello que pensaba decir se diluyó entre lágrimas. Ese sentimiento de impotencia paralizador que acecha en situaciones límite que no sabemos cómo afrontar hizo que no supiera decir con palabras todo lo que quería decir, todo lo que debía decir. Y no lo dije. Pero dos años después quizás estoy ya preparada para decir todo lo que aquel día guardé para mí.

Meses antes de aquella reunión, el cambio de gobierno no trajo consigo más que malas noticias. Sabía de antemano que mis funciones iban a desempeñarlas otras personas porque desde el primer día que entré a trabajar en aquella “empresa” no fui bienvenida. Las reticencias ante personal civil en una institución dominada por el sentimiento de jerarquía y disciplina pseudomilitar no podía ser más que acogida con susceptibilidades. No pasar por el aro por el mero hecho de tener pensamiento propio estaba mal visto, por aquello de los grados de antigüedad y el miedo a un expediente si no se cumplen las órdenes. Nuestra entrada en el sistema era una especie de insubordinación futura encubierta. Era de los otros, y los otros nunca pueden ser de los nuestros, ni lo serán.

La visita de la nueva coordinadora del cotarro acabó por despejar la incógnita, semanas antes del desenlace fatal. Debía haberme preguntado por mis funciones, y acabó interesándose más por mis subordinados que por mis tareas habituales. ¡Mau! Así, de este modo supe que en cuanto terminara mi enésimo contrato temporal iban a prescindir de mis servicios.

El día de autos, reunidos en aquella sala que parecía un despacho oval, aquel día todo fueron halagos hacía las funciones desempeñadas pero, oh maldita crisis, tenían que recortar personal. Pero lo cierto es que ellos querían volver a tener el control de la situación y nosotros, los otros, éramos un enorme obstáculo. Además, nos había contratado un gobierno de distinto color (aunque nuestros nombramientos no fueron políticos, nunca me he relacionado con esa casta) y no quedaba bien mantenernos en unos puestos que podían desempeñar otras personas con escasa preparación pero más acostumbrados al “sí, a sus órdenes”. Fue así de simple. Los que nos agasajaban por el trabajo realizado eran los mismos que por detrás criticaban nuestro esfuerzo, eran los mismos que no querían entender nuestras decisiones, los mismos que siempre dudaban de cuanto proponíamos.

definanzas.com
Aquel día, el día del final, no supe más que llorar por todo lo que perdía. Aquel día solo supe preguntar por qué no habían tenido en cuenta nuestra experiencia y opinión para una futura reorganización del sistema. Fue lo único que alcancé a decir, después que la coordinadora del cotarro soltara por esa bocaza que llevaba días sin dormir pensando en cómo mantenernos en una estructura que de por sí era difícil de mantener. ¿Tú has estado días sin dormir pedazo de zorra? Eso lo pensé, pero no lo dije. Nosotros sí hemos estado días sin dormir pensando en las hipotecas/alquileres que no vamos a poder pagar, pensando en los hijos que no vamos a poder mantener, pensando en todo lo que va a acabar destruido por tu incompetencia. Nosotros hemos recurrido a somníferos para sobrellevar la situación. No tú, estúpida soplapollas. Todo esto es lo que me hubiera gustado decir aquel día, pero lo cambié por unas lágrimas.

viernes, 19 de abril de 2013

El temor a la pérdida

Ayer se cumplió un año. Imagino cómo debe sentirse. Perder a alguien cercano antes de lo debido no es plato de buen gusto. Supongo que presa de mi absoluto egoísmo no me puse en su lugar hasta hace unos meses. Sí, cuando ocurrió me dolió por él porque es un gran amigo, le quiero muchísimo y ha sido siempre una persona importante en mi vida. Pero hasta que no te toca no entiendes realmente lo que supone. Hasta que no lo ves cerca no eres capaz de ponerte en la piel de los demás y entender lo que se siente ante la pérdida, pero sobre todo, ante el temor de la pérdida.

Sí, has acertado. Alguien cercano a mí tiene cáncer. Tengo auténtico temor al devenir de los acontecimientos. Me digo día a día que las cosas van a salir bien, mantengo una actitud positiva para no alterar la ya de por sí mermada salud de mi madre. Sí, es mi madre. Es tan joven aún... Me repito incesantemente que la quimio funciona, que es normal que no salga de la cama por el dolor y los efectos secundarios, que es normal que esté tan apagada, que es normal que.... Pero no es normal.

Soy una persona pesimista por naturaleza. Siempre dije que si las cosas pueden ir mal, no tienen por qué salir bien. Pero ahora he cambiado esa actitud ante el positivismo, la búsqueda de la felicidad de las pequeñas cosas, esos momentos en los que la oigo reír, ya sea con una gracia del perro o por una tontería de las mías. Esa risa que antes inundaba la casa, esas ganas de vivir que se apagan... Las echo tanto de menos. 

A todos los que preguntan les digo que está bien, que va haciendo, pero lo cierto es que se apaga, mi madre se apaga y no sé cómo darle calor, cómo revivir la llama de su vida, no sé cómo hacerlo. Se cierra como una amapola al anochecer que ya no va a volver a abrirse al amanecer porque su tiempo se acabó.  Y mientras yo me encierro en mis superfluos pensamientos de mujer enamorada que prefiere pensar en alguien que no le quiere que en la realidad cruda, desnuda.


Ayer hizo un año que su madre se fue. Y temo tanto que la mía se vaya antes de tiempo...

viernes, 12 de abril de 2013

Idea

Tengo las entrañas congeladas.
Son astros inalcanzables envueltos en un halo de luz.
Las mariposas corretean y los buitres esperan pacientes.
Soy de la generación de perdidos, perdida en la inmensidad de tus ojos.
Sólo pienso en poner fin a mis días y temo llevarlo indefectiblemente a cabo.

Asoma un rayo por mi ventana que me despierta de los sueños infelices.
En ellos solamente apareces tú desnudo a mi vera.
De los felices ni te cuento porque nunca me acordé de ellos.
Tiñes el cielo de nubes negras.
Llueve en torrentes de pasiones sin sentido.

Te busco en el horizonte infinito.
Te encuentro encerrado en un minúsculo habitáculo.
Te pierdo.
Me convenzo de mis actos, me arrepiento de ellos.
Te siento tan lejos que ni te veo, ni recuerdo tu hermoso rostro.

Ese rizo en la frente. Esos malditos ojos negros. 



jueves, 11 de abril de 2013

Marcas torpes

Tengo una cicatriz en la rodilla derecha desde los siete años. Caí rodando por una pendiente (para qué bajar andando si puedes rodar) y fruto del incidente, me quedó una marca de lo más sexy. Muchos años después, más de veinte, mi subconsciente decidió que ya era hora de equilibrar la simetría en cuanto a cicatrices sexys. 

Una mañana temprano, con las maletas en ristre y la mochila al hombro, me dirigía a coger el bus que me llevara a la estación de tren, para iniciar un largo viaje. Vestida con ropa ligera y unas peligrosas sandalias, vislumbré el instante en el que me iba a matar. No literalmente. Vi una pequeña bajada en la acera y dije en voz alta, “te vas a caer”. Efectivamente, resbalé con la pierna derecha hacia adelante, caí de culo al suelo con la rodilla izquierda encogida bajo mis tantos quilos, unos pocos. 

Paré el poco tráfico que había a aquellas horas de la mañana y unos amables caballeros se interesaron por mi estado. Aunque el accidente pareció aparatoso, no me rompí ningún hueso y no con poco esfuerzo, proseguí mi camino a la estación. Allí me di cuenta de que me sangraba la rodilla izquierda y la parte frontal del tobillo. Será que tengo los niveles de plaquetas alterados o bien que hasta ocho horas después no pude desinfectar las heridas, pero el resultado del accidente continúa visible, un año después. 

Tengo ambas rodillas cicatrizadas y uno de los tobillos. Quizás ahora quiera lograr la simetría en los tobillos, ya que sigo lanzándome a las pendientes sin tener en cuenta mi torpeza.

martes, 9 de abril de 2013

Patético intento de suicidio con amoxicilina y naproxeno

Como casi cada viernes esperaba que llegaras a casa. Ese viernes, como casi cada viernes, había comprado su vino preferido de entonces, Viñas del Vero. Siempre le encantó degustarlo mientras cenaba con el estómago revuelto por los nervios porque, un viernes más, te iba a tener en sus brazos. Copa viene, copa va y tú no llegabas. No era demasiado raro, puesto que nunca has sido puntual. Siguieron cayendo copitas y tú continuabas sin aparecer. 

Se envalentona y te envía un SMS (¿alguien recuerda lo que son los SMS?). Le respondes que no vas. ¿Cómo? ¿Qué? ¿Por qué? Todas las preguntas se arremolinaban en su espeso cerebro regado de alcohol al que no se le ocurre nada más inteligente que ir a buscar el botiquín: aspirinas, naproxenos, amoxicilinas, algún ungüento, agua oxigenada, vendas y tiritas. “¡Ahora caerá sobre ti el peso de mi muerte!” piensa la pobre infeliz. Mezcla unos cuantos naproxenos (analgésicos) y amoxicilinas (antibióticos) con otras dos copas de vino, enviándote a su vez otro SMS: 

- Me he tomado un montón de pastillas con vino porque no vienes... 

Al que le respondes: 

- ¿Qué haces? ¡No voy porque habíamos quedado mañana! 

Ojos como platos, llamada fugaz a su mejor amiga que estaba a cientos de kilómetros en un concierto y conclusión: hay que ir al lavabo a no dejar nada dentro de todo lo tomado. Huelga decir que lo único que mató aquella noche la pobre desdichada fueron algunas neuronas...

lunes, 8 de abril de 2013

Al hijo de la Supernova

X-ray: NASA/CXC/MIT/L.Lopez et al; Infrared: Palomar; Radio: NSF/NRAO/VLA
A tu padre nunca le gustó mi música. La oía de fondo en nuestros encuentros fugaces. Escuchaba canciones que hablaban de amores perdidos, desdichas, cafeteras y domingos soleados, playas de aguas tranquilas y ambientes amarillos. No las entendía. No le apetecía escucharlas. Aprenderás con el tiempo que a tu padre pocas cosas le apetecían, pocas cosas le interesaban salvo tú y yo. Y eso último también lo pongo en duda.

Poco sé de tu padre. Es difícil conocerle a fondo. Sé que es un buen hombre, y eso debe bastarte. Sé que no quiere dañar a nadie, aunque lo haga. Sé que no sabe querer y eso lo convierte en un ser infeliz e incapaz de hacer feliz a nadie. Pero no se lo tengas en cuenta.

Él es la persona a la que más he amado en mi vida. Seguramente la única a la que he amado. He querido a mucha gente, me enamoré de alguien en su día. Lo que sentí por él no era sólo amor, era algo inexplicable. Era un vacío cuando no estaba aquí, era un vacío cuando lo tenía cerca. Decía él que era un problema para mí, eso sentía. Se equivocaba. No era un problema, lo era todo.

Decía de mí que era fuerte e independiente y que me admiraba. A su lado era pequeña e insignificante, necesitada y dependiente. Era el aire, mi oxígeno, mi agua, mi luz, mi vida. Y moría pensando que nunca podríamos tener una vida juntos, una vida normal.

Tu padre no era normal. Yo no era normal. Lo nuestro no era normal. Quizás por eso fue tan hermoso. Quizás por eso fue único. Relativizó mi mundo, mis creencias, mis deseos, mis aspiraciones. Nunca me necesitó y eso me dolía, pero cada vez menos. Porque disimulaba. Porque en el fondo fui la única persona a la que había amado, la única por la que sentía verdadero amor, aunque no supiese querer.

Era un cobarde. Lo reconoció entre lágrimas algunas veces. Fui la única persona que le hizo llorar en ciertas ocasiones. Algunas sin saber por qué. Otras por no poderme amar como yo reclamaba. Por no tener el valor suficiente de admitir que su vida sin mí era una auténtica desdicha, que no tenía ningún sentido.

Pero por suerte tú todos esos defectos (o virtudes) no los reconocerás. Porque tú eres el sentido de su existencia. Siempre lo serás.

viernes, 5 de abril de 2013

Se quedó unos pendientes

Un buen día llama a tu puerta figurada alguien del pasado que creíeste no volver a ver más. Está pasando por una situación un tanto delicada y te la explica. Tus oídos, entrenados a la escucha de los problemas ajenos pero sordos a los consejos de los demás, atienden sus quejas. Desde ese día os hacéis inseparables. Trueque sentimental: yo te escucho, tu me aguantas. 

Semanas después te confiesa que aún está enamorado de ti y la cabeza te estalla. Le pides tiempo para asimilar acontecimientos que en tu interior veías venir y de repente, tu verborragia habitual le espeta que quieres intentarlo de nuevo. Pero entonces su compañía te parece insoportable. Todo lo que antes te hacía feliz ahora te convierte en una desdichada. Son insufribles hasta las llamadas que hasta ayer te halagaban. Das vueltas y vueltas, la habitación te da vueltas y más vueltas. Y una noche decides que ya no aguantas más.

Rechazas todo lo bueno que aportaba ese alguien, te transformas en un monstruo y haces todo lo posible para no estar con él. Hasta que te pregunta si te pasa algo y no resistes más: ya ni quiero intentarlo. Parece tomárselo bien y te responde que podéis seguir siendo amigos. ¡Ah! Tópico donde los haya.... 
Nunca más supiste de él. Y se quedó unos pendientes. Pero en el fondo te lo mereces, porque fuiste tú quien le dejaste por segunda vez.

jueves, 4 de abril de 2013

Embalaje

Me crecieron las alas y las cortaste con un simple gesto. Me metiste meticulosamente en una caja de cartón, envuelta en celofán y cinta de embalar. Me mantuviste en el almacén de los recuerdos perdidos como un muñeco de trapo viejo. 

Un día sin más fuiste a buscar otra caja y encontraste la mía. Allí seguía. Cubierta de polvo. Los ojos acristalados de haber perdido las lágrimas en los primeros meses. Cristales que reflejaban tu rostro. Ojos que pedían con clemencia una gota para resucitar. Me sacaste de la caja y volviste a recomponerme. Volviste a vestirme con trajes caros, a maquillar mis mejillas y mis labios. Me sacaste a pasear orgulloso durante días. Empezaste de nuevo a amar mi cuerpo. Creíste recordar que había una posibilidad. Pero mi caja, allí en tu salón molestaba y sólo había dos opciones. 

Escogiste volverme a esconder en las tinieblas de la habitación oscura. Rompiste mi cuerpo en mil pedazos por si acaso. Descuartizaste mis miembros y acuchillaste mi corazón. Guardaste un mechón de pelo por puro fetichismo. Creíste que mejor sería incinerar la caja y mis restos. Quemaste todo lo que podía recordarte a mí y lanzaste las cenizas al vuelo.

En las noches frías de invierno mis cenizas vuelven suspendidas en la espesa niebla. Mis cenizas vuelven y se meten en tus ojos color marrón intenso. El blanco de los ojos es ya gris y huele al incienso de mi perfume. Porque sigo flotando en el aire. Siempre seguiré flotando en el aire para recordarte cuanto daño me hicieron tus gestos. Para martirizarte sin poder olvidar los besos que nos dimos antes de partirme las piernas, meterme en aquella caja de cartón doblando y rompiendo mi cuerpo y prenderme fuego.