
Al llegar a Francia, todo ha cambiado de repente: el paisaje, menos abrupto. Las laderas, más verdes. La carretera, más curvada. Y las ovejas, el principal escollo. Yaciendo medio muertas en medio del camino. Daban lástima. No deberían darme pena porque están acostumbradas a vivir así. Y así, como la poca parte de Francia que he visto, eres tú. Eres menos angosto de lo que crees, pero tu camino es ondulante, con idas y venidas, sin pisar tierra firme. Seguir tu camino supone toparse con obstáculos, que no insalvables, puesto que siempre son los mismos y yacen, como las ovejas, en el mismo punto. Mansas, infatigables, acostumbradas a una vida monótona, aburrida, al sol, paciendo de tus laderas verdes. Me he asustado. He vuelto por donde he venido. Me atraes, pero me asustas. Y a lo mejor recularé, no lo sé.
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