miércoles, 20 de mayo de 2020

Desfase sin humo


No estoy preparada para la postpandemia. Estaba más preparada para pasar el confinamiento que para la apertura, la desescalada, el desfase o como quieras llamarle. Salir a la calle es un martirio: dando bandazos de acera en acera para no cruzarme con nadie, porque nadie quiere apartarse, nadie mantiene la distancia mínima, ni de metro y medio ni de dos ni de nada, te pasan a centímetros. Hace unos días me atreví a ir a buscar una pizza que encargué en el durum del pueblo. Haciendo cola, una mujer más o menos de mi edad, se coloca detrás a 25 centímetros de mí. Me giro y le conmino a guardar la distancia de seguridad y me responde: tranquila, yo ya lo he pasado, soy inmune y además soy sanitaria. Muy bien, contesté, pero guarda la distancia. Menuda manera de dar ejemplo. Claro que si luego la escuchas hablar de inmunidad de rebaño, de la necesidad que todos lo pasemos, me suena a antivacunas infiltrada en el sistema. 
Ahora entran en juego las mascarillas que a partir de mañana serán obligatorias en la vía pública si no puedes mantener esa distancia física: Llevaré mascarilla hasta para sacar a la perra (quizá en el campo me la quitaré). Sé que los datos son mejores, que viene el calorcillo, que no puedo seguir con esta paranoia, pero me niego a tomar una cerveza en una terraza hasta que todo esto pase o no sé, quizá nunca más. Total, llevo un mes sin fumar, pues podemos también pasar de las terrazas...

lunes, 6 de abril de 2020

Romper el confinamiento


¿Cuántos días llevamos encerrados? Perdí la cuenta. Solo sé que es la segunda vez en quince días que siento que el corazón va a salirme por la boca, desfallezco, veo estrellitas, siento los pies fríos y una opresión en el pecho que me recuerda que estoy como una chota. O eso es lo que me ha sugerido el médico. He roto el confinamiento para ir al CAP (con el beneplácito de mi doctor de cabecera) para que me diga que respiro bien, tengo buen pulso, mejores reflejos, buena circulación y la mejor de las saturaciones. Paracetamoles si sigue doliéndome el pecho y para casa (y la niña del primero en la terraza comunitaria haciendo los 2.000 metros lisos en 10 metros cuadrados la muy hijaputa, me va a hundir el techo).

También he roto el silencio tres años después porque sigo complicándome la vida aunque con menos empeño. Desde octubre que no trabajo y estoy pseudoconfinada en casa pero la obligación de permanecer encerrada, salvo los diez minutos diarios de paseo perruno, va a acabar con mi ya maltrecha salud mental. Por mi culpa mi marido ni ha podido comer en la sala polivalente del trabajo (él no es contingente, es necesario como el alcalde de Amanece que no es poco) ya que temía que podía matarme con el coche gracias a las chiribitas en los ojos. Menuda tontería. Qué manera de llamar la atención.
Pocos seréis los que volveréis a leerme, pero tampoco importa. Al menos durante este cuarto de hora ha vuelto la razón y ha volado el desasosiego.
Bienvenidos a vuestro diario de confinamiento. Oh, vaya, qué idea más original... Pero qué narices, si alguien tiene ganas de explicar cómo lo lleva que comente algo o que calle para siempre (sé que vais a callar para siempre, piltrafas).





viernes, 13 de octubre de 2017

Ser mejor

Sé que te preguntas cómo puede ser que me mostrara más humana con mi perro que con las personas. En concreto, sé que te preguntas cómo puedo ser tan poco empática, tan fría, tan distante en cuanto a tus necesidades. Sé que te preguntas por qué soy tan estúpida, tan egoísta. Y sé que te preguntas por qué te quiero si no lo demuestro. Sé que te hago daño muchas veces, sé que no estoy siempre a tu lado, sé que a veces parece que quiera irme. Lo sé. Pero no tienes razón. No quiero irme, entiendo cuáles son tus necesidades y sé perfectamente que no las cubro. Soy yo quien debería preguntarte qué haces aquí conmigo porque seguramente no te merezco.  Me percato de mis actos en cuanto te veo mohíno, preocupado, ausente, con una sonrisa forzada. Sé que no es algo concreto, es un todo que a veces te afecta, un todo superior a mí. No voy a justificarme: no tengo justificación. Intentaré ser mejor para ti, ser lo mejor. 
Como no quieres hablarlo, te lo escribo. Te quiero. 

sábado, 2 de septiembre de 2017

Códex

Desde pequeña he tenido mascotas, siempre perrunas, pero las pérdidas no me han dolido tanto como la tuya. Criada con perros, unas se aficiona a esa inestimable compañía, tan especial, tan incondicional. Un día te quedas sola y no sabes hacia dónde ir, qué hacer.

Tú llegaste a mi vida en soledad, tras una ruptura, convencida de que te necesitaba. Y te necesitaba. Desde entonces, nueve años atrás, te convertiste en mi amigo fiel, el que nunca me falló. Hace un año y medio empezaste a envejecer de repente. Convulsionabas y no sabía el por qué. Meses después supe que un tumor afectaba tu cerebro, me diste lo peor de ti, pero supimos hacerle frente. Ha sido un año en el que te has vuelto débil, has dejado tu vitalidad de un día para otro. Pero lo hemos superado, en parte. Hasta que el tumor ha afectado tus capacidades motrices y has dejado de ser tú. Y en una semana, hemos pasado de pasear por la riera a no poderte ni mover, a comer por obligación, a mirarme con ojos de se acaba.

Te dije, entre mis brazos hace un par de noches, que debías dejarte ir. Pero eres demasiado tozudo, cabezota, demasiado como yo como para irte. Ayer no quisiste ni comer, te encontré tumbado sin poder moverte en esa terraza que tanto te gustaba. Habías salido a hacer tus cosas porque ya ni podía sacarte a la calle. Y te quedaste ahí hasta que yo llegué.

Maldito viernes tarde en el que sabía que debía tomar la decisión por ti. Volé, no sabes cuánto volé para volver hacia ti y llevarte a descansar porque sabía que tú no lo harías, porque eres demasiado testarudo como para dejarme. Y fueron tres segundos. Tres. Tiempo interminable entre la vida y el ya no estás. Tres segundos para dejarte ir para siempre.

Me has acompañado en las alegrías, me has acompañado en mis viajes (¿Recuerdas la casa de Donosti, el cámping de Bielsa, las escapadas, la montaña?), también en mis penas (¿Estás con la yaya?), en los lloros. Tu mirada tierna siempre estaba ahí, tus lametones me daban vida. Y ahora tu caseta, esa que te hicimos para resguardarte, está vacía, como la casa entera. Ya no estás y yo sigo aquí, preguntándome si no podría haberlo hecho mejor.


Te echo de menos. Tanto. Siempre. Te quiero. Perdóname por quitarte la vida: era lo más humano.  

viernes, 4 de agosto de 2017

De año en año...

Dicen que no hace daño. Seguramente no. Y aquí estoy, rodeada de libros y trastos viejos, en el desván de mi piso caluroso, junto a la piscina hinchable-lujo para pobres. Hace siglos que no me complico la vida y quizá lo echo de menos. ¡Qué va! ¿Para qué? Para escribir. Porque es aburrido escribir sobre vidas perfectas y las que me rodean lo son, son demasiado perfectas. Miento, y lo sabéis, pero así somos y así se lo hemos contado a los demás.

Dicen que no hace daño. Trabajo de oficina con horario envidiable. Error, horror, desidia, casi abulia. Dejemos eso a un lado que estamos terminando las vacaciones.

Dicen que no hace daño. A solas con una misma, piensas y no actúas, otra vez paralizada por la procastinación. En espiral, la vida en espiral, mejor que la vida en sobresaltos. Inapetencia. 

Dicen que no hace daño. Pero hace calor. De año en año. 

miércoles, 13 de julio de 2016

Not included (extra de la autora)

T'ho anava a escriure en català però ja saps que no en sé.

Saber que te he herido, que lo sé, no me exime de mis responsabilidades como persona, aunque sean de mala persona, que lo soy. Ambos lo sabemos. Me duele haberte hecho daño porque el dolor me encontró de joven (¿recuerdas la canción?) y ya no me soltó y me duele haberte dolido y doler y seguir doliendo con omisiones. La información es poder, frase de la que nos vanagloriamos los que alguna vez fuimos periodistas, y yo la he tenido toda. He tenido el poder momentáneo, superfluo, glorioso, he tenido el control, el descontrol, las idas y venidas. Lo he tenido pero en el peor sentido.

No me gusta perder. No sé si nunca te conté que uno de mis libros favoritos se titula “Saber perder”: es de David Trueba. Pues yo nunca he sabido perder. Ni a la brisca, ni en la vida, ni en el trabajo, ni en el amor. Y hace tiempo que solo pierdo pero con mal perder, porque no sé hacerlo. Y he perdido sueños y he perdido personas, y solo he ganado palabras, verbos impersonales sin sujeto, letras sin sentido en una pulsera de tres euros. Eso he ganado.

Y toda esta retahíla de absurdidades, este rodeo, este irse por los cerros de Úbeda (yo también soy amante de las frases hechas) es para decir que perdiendo otra vez, perdiendo por no saber jugar una buena mano, por esconderme ases en la manga, por hacer trampa, por querer ganar a toda costa, te he acabado perdiendo. Y lo que importa no es que haya perdido, es que te haya perdido.


Sé que soy una paradoja con piernas largas y ojos cordobeses. Lo sé. Y ahora que te he perdido sé lo que quiero. Tarde. As usual. Lo siento.  

viernes, 8 de julio de 2016

Y ella también

Los finales no siempre son amargos, menos cuando nada te coge por sorpresa. Entre otras, tus últimas palabras sonaron a reproche: ¿por qué siempre eres tan negativa, tan desconfiada? Ya ves, he vuelto a tener razón. Una vez más he de darte las gracias por darme el final que a mí no se me ocurría. El círculo se cierra de la misma manera que se abrió: con infidelidades de por medio. Quizá solo sexuales, seguramente emocionales. Lo que mal empieza, mal acaba.

Dicen que quien sufre una infidelidad suele ser el último en enterarse. Esta vez creo que he sido la primera. Ya sabes, la curiosidad mató al gato. Ese instinto de autoprotección que me lleva a controlarlo todo. Ese instinto que pocas veces me ha fallado y esa foto a mala baba, publicada a conciencia, fuera de tu alcance pero consentida, con tu beneplácito, sí, hazlo, no me importa, que triunfe el amor, han dado la estocada final. Y esta vez volver a tener razón me ha dolido pero menos, ni siquiera he llorado, quizá por ello he vuelto aquí, a escribirte, tras dos meses de silencio.

He de reiterarte las gracias, me has dado el impulso necesario para empezar y terminar aquello que tú no confías que haga. Ahora he de vivir. Y he dejar de escribirte para escribir a otros. A lo mejor algún día salgas en los agradecimientos. Y ella también.