TODO VUELVE
Octubre
de 2009:
(tono
de llamada)......
- ¿Está Tal?
- No, no está. Está en Lugar. Se ha dejado el móvil cargando y como insistías lo cogí. ¿Quién eres?
- Nadie.
- ¿Cómo que Nadie? Me mosquea un poco que Nadie esté preguntando por mi marido...
- Sí, Nadie, bueno, en realidad soy una amiga de Tal, del trabajo, pero te he dicho Nadie porque tú no me conoces....
- Ah... vale.... Pues no llegará hasta la tarde. Tengo que ir a buscarle a la estación.
- ...
- ¿Quieres que le diga que te llame?
- No, no es necesario. Ya le llamaré otro día...
Enero
de 2013:
Llamada
entrante al fijo de la casa de Tal y Nadie, identificada por la
agenda del teléfono como Fulanita:
-
¿Sí?
-
…...... Ay, ¿está Tal?- No, no está, está trabajando.
- ….Ah, vale, pues nada.
¿Qué le paso por la cabeza a Nadie para no hacerle sentir a Fulanita lo mismo que ella sintió cuando se convirtió en Nadie a ojos de la entonces mujer de Tal?
DEBILIDAD
Cuando
tiene un momento de debilidad siempre piensa en esto:
-
¿Qué haremos esta noche? ¿Salimos un rato?
-
No sé, no me apetece.
-
¿Y eso? Ayer no hicimos nada, podríamos ir a tomar unos vinos...
-
No. No me apetece hacer nada – sin dejar de fijar la vista hacia la
pantalla del ordenador-.
-
Vaaa, es sábado. Salgamos un rato. Llevamos toda la semana sin salir
de casa.
-
No me A-PE-TE-CE. Quiero estar solo.
-
Bueno, pues no molesto más. Cuando acabes eso que estás haciendo
hablamos.
-
He dicho que me apetece estar solo.
-
¿Ahora?
-
No. Siempre.
Ese
fue el inicio de su semana trágica particular, siete días
interminables de silencio, de miradas furtivas. No hubo ni saludos,
ni besos de despedida al amanecer, ni acercamiento, ni un abrazo.
Solo un ir y venir de entradas y salidas de la casa sin hablar, como
dos extraños. Ahí empezó a terminarse todo. Ahí él decidió por
los dos que no iba a hablar más, que ya no la quería. Pero no lo
dijo. Solo calló. Y ella tuvo que irse porque no soportaba el
silencio porque prefería la ira, un insulto, un amago de emoción al
silencio, un silencio entonces incómodo, tenso.
Volvió
muchas veces, pero aquella ya no era su casa, la habitación no
contenía su olor. El pasillo era cada vez más estrecho, la
decoración de la entrada cambiaba constantemente, la distribución
de la cocina se alteró. Se colgaron unas cortinas, el despacho se
llenó de diplomas y libros que no eran suyos. En el ordenador ya no
tenía sesión propia y en los armarios no colgaba ni un triste
vestido. No sobrevivió ni la nota que le dejó en una de sus
visitas.
Cuando
siente un momento de debilidad recuerda aquellos siete días y se
dice a sí misma: “esto no volverá a suceder”
NI LAS SANDALIAS
No
me pongo vestidos rojos porque a ti no te gusta el color rojo. Tengo
aparcadas en el armario las minifaldas tejanas, esas que tan bien me
quedan, porque a ti te parecen vulgares. Por eso me compré una falda
plisada. No me pongo mis sandalias de cuña infinita porque me hacen
demasiado alta y a ti no te gustan las mujeres mucho más altas que
tú.
Me
tiño el pelo de colores cobrizos porque te atraen las mujeres
pelirrojas, aunque yo soy morena. Ya no me pongo mi perfume, el que
he utilizado durante más diez años, porque me dijiste que
precisamente ese olor no era lo que más te gustaba de mí. No me
maquillo porque cada vez que lo hago me miras con cara rara y me
preguntas por qué lo hago.
Empecé
a beber vermut porque a ti te gusta y acabé acostumbrándome. Empecé
a comer carne al punto porque a ti te encanta aunque a mí siempre me
dio asco la sangre en los filetes. Probé las angulas una noche
porque las hiciste para cenar sin preguntar si me gustaban y me las
comí, aunque con disgusto. Echo cayena en el risotto solo porque a
ti te encanta que pique. Si has logrado que cambie en aspectos tan
triviales de mi vida, imagínate qué has hecho con mi débil
carácter...
INCOMPATIBILIDAD DE SERES PERRUNOS
Los Beagles son perros especiales, de instinto cazador, semblante simpático, carácter bondadoso aunque terco, sociables pero un tanto lunáticos, especialmente perezosos y amantes del sol y las excursiones. Un Beagle duerme casi todo el día, nunca se enfada, no ladra y solo se muestra inquieto cuando le pones la comida, su auténtica perdición. Es amante de los placeres, le encanta que le rasquen la barriga y se pirra por un suculento trozo de pastel de chocolate.
Un
Beagle intenta ser amigo de todo el mundo y aunque le muerdan, nunca
devuelve la bofetada, suele poner la otra mejilla. Un Beagle aguanta
todas las perrerías que le hagas y lo único que quiere es un poco
de atención y mimos de vez en cuando. No en vano son los candidatos
idóneos para las pruebas de laboratorio: nunca se quejan.
Un
Beagle jovial y confiado es un blanco fácil para un Golden entrado
en años y cansado de vivir. Su insistencia en el juego se torna
casi insoportable para un perro de aguas acostumbrado a ir a su
ritmo, con poca paciencia y mucho mal humor. Un Beagle joven no
puede acercarse a un Golden viejo porque sabe que le va a marcar el
territorio, pero la osadía de su juventud provoca que, aunque le
muerda, no ceje en su empeño. Un Beagle terco nunca dejará de
querer jugar con un Golden despeinado al que solo le interesa vivir
en paz sin demasiadas molestias.
Un
Beagle joven no aprenderá más que con el paso del tiempo que no
puede pretender que un Golden viejo le haga el más mínimo caso.
Pero lo que el Golden viejo no sabe, cuando se le acerca el joven
Beagle con ganas de juego, es que acabará solo, medio abandonado en
una casa que no ha sido la suya porque al final, todo el mundo se ha
olvidado de él. El Golden viejo no sabe que su actitud altiva
comportará morir en la más absoluta soledad. En cambio, el Beagle
joven sabe que envejecerá de forma tranquila, rodeado de seres que
le quieren. Olvidará al Golden viejo y desaliñado.
NO ESTÁS
Quiero que vuelvan la ironía y el sarcasmo. Aquello que antes tanto te gustaba y que ahora aborreces. Están en mi lista de la felicidad. Parece una memez, pero las memeces suelen ser lo que más felicidad nos provocan. Sé que a veces mis palabras pueden sonar hirientes, pero hay que tomárselas con buen humor y hacer un pequeño esfuerzo para entenderlas. Solo así puedes leer entre líneas y no quedarte con lo que acostumbras: la impertinencia.
Quiero
que vuelva el buen humor, la tranquilidad, el sosiego, la paz.
También están en mi lista de la felicidad. No es demasiado larga,
no es necesario extenderse para ser feliz o intentarlo. Pero he
tenido que rehacerla entera, ya que tú estabas en cada una de las
líneas. Para ser feliz necesitaba que tú lo fueras conmigo, que
nada ni nadie te perturbara. Ahora en mi lista de la felicidad solo
aparezco yo y los míos, tú ya no estás. He hecho muchos esfuerzos
para mantenerte, fuera de la forma que fuera, pero todos esos
esfuerzos han resultado infructuosos. Estoy agotada. Así que ya no
estás en mi lista de la felicidad. Y es la mejor decisión que he
tomado en mi vida.
No
te odio. Simplemente no te necesito. Bueno, o quizás sí te odio un
poco.
No
soporto los que para acabar una relación no cogen el toro por los
cuernos y dicen las cosas claras, es decir, aquellos que prefieren
dejar una nota en la servilleta a afrontar una conversación que,
aunque incómoda, puede llevar a un entendimiento futuro. Odio a los
que prefieren callar y dejar morir las relaciones por la
incomunicación. Me gustan las personas con ideas claras, capaces de
decir lo que sienten o no, incluso de expresar que han dejado de
querer estar con una persona sea por el motivo que sea. Hace unos
días vi una imagen ilustrativa del tema (ver foto): no hay nada peor
que no decir lo que se siente o no hacer lo que se piensa.
Hace
seis meses que no te veo y sigo sintiéndome culpable por todo. Lo
peor que llevo es que de repente no me hables sin aparente motivo.
Busco y rebusco entre mis archivos y me doy cuenta que lo único que
he hecho es seguir permitiendo que juegues conmigo. Así que cariño,
esto se acabó. No soy una máquina a la que puedas dar el botón de
pausa y reiniciar a tu antojo. Si te has dado cuenta que tu felicidad
no depende de la mía, solo has de decirlo. Creo que muchas veces te
lo he comentado pero siempre has hecho caso omiso.
Y
mi poca fuerza de voluntad, o la poca fuerza de voluntad que he
puesto como excusa, han hecho que siga aguantando que me trates como
a una mierda. Pues no soy una mierda. Soy una mujer inteligente,
capaz, independiente y atractiva. Y si tú no agradeces que alguien
así te quiera, no estamos aquí para perder el tiempo. Mejor sola
que mal acompañada. Cariño, se acabó el juego. Game over. Y no te
quedan más monedas que invertir.
La
culpa es mía. Es mía por dejar que me trates como lo haces. Por
dejar que te creas el centro del universo. La culpa es mía por
acostumbrarte mal. Por estar ahí siempre que lo necesitas y cuando
no lo necesitas, también. La culpa es mía por creer que eres una
persona normal. La culpa es mía por no aprender de los errores, de
los mismos errores cometidos en el pasado y que cometeré en el
futuro. La culpa es mía por permitir que me utilices de pasatiempo
cuando te aburres porque estás solo. Solo. La culpa es mía por
dejar que me trates como a una colilla cuando estás bien y no te
importa más que tu mundo insulso.
La
culpa es mía. Pero me sale así. No me siento culpable por quererte,
no me siento culpable por amarte. Soy así. Qué le vamos a hacer. No
nos vamos a quejar porque ironices sobre mi mala suerte, porque uses
el sarcasmo que en mí tanto odias. No vamos a poner las manos sobre
la cabeza porque me eches en cara que no soporto que estés feliz. No
vamos a quejarnos porque me trates como a una mierda. Porque la culpa
es mía, por permitirlo.
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