No estoy preparada para la
postpandemia. Estaba más preparada para pasar el confinamiento que
para la apertura, la desescalada, el desfase o como quieras llamarle.
Salir a la calle es un martirio: dando bandazos de acera en acera
para no cruzarme con nadie, porque nadie quiere apartarse, nadie
mantiene la distancia mínima, ni de metro y medio ni de dos ni de
nada, te pasan a centímetros. Hace unos días me atreví a ir a
buscar una pizza que encargué en el durum del pueblo. Haciendo cola,
una mujer más o menos de mi edad, se coloca detrás a 25 centímetros
de mí. Me giro y le conmino a guardar la distancia de seguridad y me
responde: tranquila, yo ya lo he pasado, soy inmune y además soy
sanitaria. Muy bien, contesté, pero guarda la distancia. Menuda
manera de dar ejemplo. Claro que si luego la escuchas hablar de
inmunidad de rebaño, de la necesidad que todos lo pasemos, me suena
a antivacunas infiltrada en el sistema.
Ahora entran en juego las mascarillas
que a partir de mañana serán obligatorias en la vía pública si no
puedes mantener esa distancia física: Llevaré mascarilla hasta para
sacar a la perra (quizá en el campo me la quitaré). Sé que los
datos son mejores, que viene el calorcillo, que no puedo seguir con
esta paranoia, pero me niego a tomar una cerveza en una terraza hasta
que todo esto pase o no sé, quizá nunca más. Total, llevo un mes
sin fumar, pues podemos también pasar de las terrazas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario