jueves, 4 de abril de 2013

Embalaje

Me crecieron las alas y las cortaste con un simple gesto. Me metiste meticulosamente en una caja de cartón, envuelta en celofán y cinta de embalar. Me mantuviste en el almacén de los recuerdos perdidos como un muñeco de trapo viejo. 

Un día sin más fuiste a buscar otra caja y encontraste la mía. Allí seguía. Cubierta de polvo. Los ojos acristalados de haber perdido las lágrimas en los primeros meses. Cristales que reflejaban tu rostro. Ojos que pedían con clemencia una gota para resucitar. Me sacaste de la caja y volviste a recomponerme. Volviste a vestirme con trajes caros, a maquillar mis mejillas y mis labios. Me sacaste a pasear orgulloso durante días. Empezaste de nuevo a amar mi cuerpo. Creíste recordar que había una posibilidad. Pero mi caja, allí en tu salón molestaba y sólo había dos opciones. 

Escogiste volverme a esconder en las tinieblas de la habitación oscura. Rompiste mi cuerpo en mil pedazos por si acaso. Descuartizaste mis miembros y acuchillaste mi corazón. Guardaste un mechón de pelo por puro fetichismo. Creíste que mejor sería incinerar la caja y mis restos. Quemaste todo lo que podía recordarte a mí y lanzaste las cenizas al vuelo.

En las noches frías de invierno mis cenizas vuelven suspendidas en la espesa niebla. Mis cenizas vuelven y se meten en tus ojos color marrón intenso. El blanco de los ojos es ya gris y huele al incienso de mi perfume. Porque sigo flotando en el aire. Siempre seguiré flotando en el aire para recordarte cuanto daño me hicieron tus gestos. Para martirizarte sin poder olvidar los besos que nos dimos antes de partirme las piernas, meterme en aquella caja de cartón doblando y rompiendo mi cuerpo y prenderme fuego.

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