Hay personas que nacen, crecen, se
reproducen y mueren en el mismo lugar (parece un anuncio de Cucal).
Hace tantos años que voy de aquí para allá que tengo
muchas ganas de quedarme en un sitio y no moverme, plantarme como un
pino y crecer ahí tranquilamente al sol y a la lluvia. Cuando
terminas una mudanza sientes eso, que ese es tu lugar para los siglos
de los siglos, amén. Mas en el fondo, si eres una apátrida, sabes
que será temporal y que un día, cuando las aguas vuelvan a su
cauce, te irás a otro lugar.
Mudarte es una lata (como el trabajar),
porque empaquetas y desempaquetas tu vida en una semana, recolocas la
ropa, los trastos que acumulas, limpias, desinfectas zonas, cambias
bombillas que se funden sin avisar, llamas al fontanero para que te
arregle el calentador y así poderte duchar y descubres que solo te
funciona un fogón, a ti que tanto te gusta cocinar.
Pero mudarte también significa crecer
como persona, cargar con tus cajas repletas de chismes en soledad,
subir y bajar, cerrar llaves de paso y bajar el automático del
contador de la luz. Y descubrir. Descubrir que vives en un barrio
multicultural, que puedes salir a correr y hacer ejercicio en un
gimnasio al aire libre (sí, ya lo he probado), pasear con tu perro
por parques sin pipicán y estar cerca del centro de una ciudad
llana, en la que no hace falta coger el bus porque puedes ir a
cualquier sitio andando (te irá muy bien para adelgazar).
Mudarte quiere decir volver a empezar,
encontrar un trabajo temporal que te permita ser medio independiente
y albergar esperanzas para nuevos trabajos que apuntalen esa
independencia cuando pagues todas tus deudas. Es un nuevo comienzo,
pero no el definitivo. Porque los nómadas no concemos la palabra
estabilidad, no somos felices permaneciendo siempre en un mismo
lugar.
PD: Mudarse también es estar media hora dando vueltas para encontrar aparcamiento y buscar un wifi público desesperadamente para poder publicar.
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