domingo, 7 de septiembre de 2014

No sabes cuánto te echo de menos...

Duermes a pierna suelta y no oso despertarte. Me acuesto en un extremo de la cama y de repente te me acercas para rodearme con tus piernas y murmurar un buenas noches ininteligible. Te despiertas al rato y te preguntas: ¿cuándo llegó? Y me haces el amor aunque esté medio dormida. 

Dos meses, veintidós días y ocho horas. 



Que lo diga el poeta, yo ya no sé qué más decir... O sí.

Echo de menos tus manos acariciándome, tus pies rozándome de noche sin querer. Me faltan tus labios, tu sonrisa, tus ojos mirándome fıjamente antes de besarme. Echo en falta tu hoyuelo en la mejilla, tu corto pelo y ese rizo que dejas caer en la frente. Echo de menos tu risa espontánea al oír alguna mamarrachada de las mías y tus piernas, que tanto me gustan. Echo de menos que me hagas el amor en el sofá, que me folles salvaje y apasionadamente en el marco de una puerta, que me hagas sentir que me quieres cuando me acaricias, me besas. Encuentro a faltar el timbre grave de tu voz y que te aburras al teléfono con mis peroratas. Echo de menos sentirte dentro de mí y que me lleves a tomar un vino, que me expliques historias y que me hagas sentir que estoy con el hombre más interesante e inteligente del mundo. Echo de menos que me digas que te gustan mis piernas, que te encantan mis manos y que quieres verme. Echo de menos que me metas mano en un rincón de la casa y que me beses mientras intento cocinar. Echo en falta que llegues para comer y que te gusten mis platos, incluso el postre. Ojalá pudiera tan siquiera olerte, verte de lejos andar de esa forma tan particular. Echo de menos incluso tus silencios. Aunque este vuelva a durar siglos. Nunca te echaré de más

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