viernes, 1 de mayo de 2015

Citas

¿Recuerdas tu primera cita con alguien? Nervios, una larga preparación previa, búsqueda de temas para no quedarte sin hablar (y huir del temido silencio desconfiado) y un largo etcétera de expectativas que sabes que no vas a cumplir pero que deseas que se cumplan. Pues hoy he tenido una primera cita de lo más inhabitual. 

Primero: no he escogido mis mejores galas ni aquellos pantalones que me hacen un culo espectacular ni el vestido de las grandes ocasiones.

Segundo: no había mariposas en el estómago ni nervios de ningún tipo.

Tercero: me he mostrado tan natural que el susodicho me ha comentado que parezco estar en una etapa en la que todo me da igual.

Y si. Es que todo me da igual. 

He conocido al interfecto en una aplicación de esas para ligar, llena de psicópatas y adictos al mal sexo. Mal presagio. No sé qué me ha llevado a quedar con él, supongo que la pereza que provocan las conversaciones por wasap con extraños (contar de nuevo tu vida al primero que pasa). Y bueno, aunque hemos hablado durante seis horas sin parar (debería ser un punto a favor) pues como que no.
Porque mis expectativas están demasiado altas, porque necesito un hombre que intelectualmente suponga un reto para mí, porque no puedo hablar con alguien sintiendo una punzada en el corazón cada vez que usa mal un tiempo verbal, porque no puedo esperar nada de alguien que dice ser antisistema pero vive de él, porque no soy tan bolchevique como tú decías que era. Porque no había atracción física ni olfativa (no olía bien como mis exs) y qué más da. Una retahíla inacabable de motivos. Sobretodo porque me ha preguntado que qué tal la cita y eso es de mal gusto: como si al acabar de mantener sexo preguntas si le ha gustado a tu pareja sexual.

Tendré que bajar el listón que tan alto han dejado mis parejas. Quizá ese sea el problema: todos ellos me han marcado de tal manera que  difícilmente alguien los podrá siquiera igualar... ¿O sí?

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