miércoles, 28 de enero de 2015

Dragones

Esperar la llamada que te confirme que aún puedes soñar con volver a tener anhelos, aspiraciones.

Aguardar a que llegue el aviso de correos para que puedas recoger lo poco que dejaste atrás en un rincón de la geografía que no piensas volver a pisar de forma consciente porque la RAE dice que el adverbio derivado terminado en -mente no existe y ya me dirás qué narices piensan los académicos de la RAE.

Permanecer quieto observando como todo avanza mientras tú confías en que a la mierda, no tengo ganas de escribir y no sé qué estoy haciendo y escribir por escribir carece de sentido y no es la primera vez que me bloqueo sin saber qué decir y algo presagiaba la tontería del adverbio y me queman las orejas y siento una sensación de ahogo que solo la ebastina puede calmar así que menos chorradas como él las llamaba y a cuidarse e irse a la cama a leer uno de los libros que tienes a medias (que ahora son dos) y a soñar con la canción de O-zone como hace unos días que ya me dirás por qué sueñas con ese grupo rumano del numa numa yei que tiene delito que aparezca tan claramente en tus sueños porque no entraste en la fase REM y estuviste pocas horas en la cama en un estado de duermevela extraño viviendo en lugares que ni has visitado y despertándote cada media hora y eso que no tenías nada que hacer por la mañana que perturbara tus horas de descanso. Y ha venido el técnico del ascensor que siempre llama a tu puerta cuando se estropea que es bastante habitual que falle una vez recuerdas una vez tuviste que calmar a una vecina que se había quedado encerrada en ese ascensor de la muerte que al menos no tiene un hueco para los ataúdes como aquel de Barcelona que te daba escalofríos cada vez que subías y suerte que ya no subirás más en él y además lo han cambiado porque era verdaderamente desagradable.
Captura de Youtube: Dragostea Din Tei

viernes, 23 de enero de 2015

¿Distopía o utopía?

Theodore, que trabaja escribiendo cartas para otros, hace un año que se separó y está a punto de firmar los papeles del divorcio. No lo hace porque espera a dejar de querer a su mujer. Un día compra el nuevo sistema operativo OS1 del que se acaba enamorando. Esta distopía es el principal hilo conductor de Her, una película de 2013 dirigida por Spike Jonze y protagonizada por Joaquin Phoenix (sobra decir que es hermano del desaparecido River Phoenix, sobra decirlo porque solo si tienes 35 años o más sabes quién es River Phoenix). La película plantea algunas reflexiones en torno al amor. Theodore no idealiza la relación que mantiene con un sistema operativo, su amor es real pero no consumado, es decir, platónico. No es tan diferente al que pueden mantener dos personas separadas por un continente o por otras circunstancias de la vida.

Más allá de esa típica reflexión en la que todos caemos, y más si acabamos de vivir una ruptura, la película me plantea otra duda: esa relación tan estrecha que mantiene el protagonista con un sistema operativo, con un software, con un ente no animado, carente de cuerpo y mente, por muy inteligente que sea (inteligencia artificial, oxímoron donde los haya). Decía al principio que creía, que prefería creer que se trata de una distopía pero ¿y si no es así? La soledad, la incapacidad de mantener relaciones reales, la facilidad con la que interactuamos con aplicaciones, con programas, con ordenadores, ¿no nos puede llevar realmente a satisfacer nuestras necesidades afectivas con un sistema operativo lo suficientemente avanzado? La respuesta fácil es que la falta de contacto físico, de sexo al fin y al cabo, puede ser determinante para que la respuesta sea negativa. Pero, ¿no hay miles de personas que prefieren el onanismo (acompañado del youporn) a una decepción sexual con un congénere? No sé, ¿es una distopía o una utopía?

miércoles, 21 de enero de 2015

Ojo...

Sé quién eres. Antes de ser tú, tú eras yo y estaba ahí, donde estás tú haciendo lo que yo hacía cuando creía que había otra yo. Sé quién eres. Te comportas como yo cuando era tú y sabía que tú eras otra. Y fui otra cuando yo no era yo y tú ni siquiera eras tú ni yo. No me sorprendes y te compadezco a la vez. Porque sé quién eres y eres el patético yo de antaño.

martes, 20 de enero de 2015

Basado en hechos reales...

Dicen los entendidos que lo que te pasa en la infancia suele marcar tu comportamiento durante la adultez. Es decir, que el carácter y las actitudes hacia la vida no se forman solo por condicionantes genéticos, sino que son, sobre todo, producto de la educación. No estoy descubriendo nada, ni he hecho un estudio para llegar a tal conclusión.

Conozco el caso de una amiga que cuando era cría sufrió abusos. Obviaré los detalles porque tampoco hace falta ser demasiado explícitos. Solo sé que, con el tiempo, ha vuelto a repetir patrones de su infancia y que es capaz de justificar situaciones injustificables por lo que sufrió.

Los hijos de maltratadores pueden serlo en la adultez o bien pueden ser víctimas toda la vida. En el caso que nos ocupa el maltrato fue físico (no palizas, maltrato de otro tipo) y psicológico. No era la primera de los hermanos que sufría ese maltrato, pero la situación fue un tanto diferente: mientras que su hermana mayor optó por huir, mi amiga no lo hizo. Buscó la complicidad de su madre y la encontró. Sobra decir que sus hermanos siempre compararon la actitud de la madre en una situación u otra y nunca perdonaron que aquella, por fin, hiciera lo que tenía que hacer. Los condicionantes socioeconómicos pueden explicar, muchas veces, la actitud frente a situaciones limite, y no me voy a poner a juzgar por qué aquella misma madre no actuó de la misma forma en los dos casos. En definitiva lo importante es que, al final, actuó.

A lo que iba. Mi amiga no es una maltratadora. Pero ha repetido esquemas toda su vida. O al menos, hasta que no ha encontrado un esquema parecido al de su infancia no se ha percatado de lo que realmente todo aquello la afectó.

Como si de un complejo de Electra se tratara, ha buscado en sus parejas aquello que no tuvo en su progenitor: el amparo, la protección. Mantuvo relaciones sanas, con personas cuerdas, equilibradas, sensibles, protectoras. Pero algo en su interior la empujó a boicotear esas relaciones. No estaba acostumbrada al amor, al respeto, a la admiración del otro. Boicoteó esas relaciones, tras un tiempo o nada más empezar. Sin saberlo, estaba repitiendo un esquema infantil. Nunca había visto amor en sus padres, nunca había sentido que se respetaran y, por si fuera poco, había sido blanco de las faltas de respeto de uno de sus progenitores. Creía que eso era lo normal. Siempre sin saberlo. Si uno se para a pensarlo sabe que eso no es lo normal, pero la psique es demasiado complicada como para detectar rápidamente que estás equivocado.

Finalmente, encontró, sin buscarla, una persona por la que creía morir, por la que sabía que era capaz de morir. Equivocadamente, ese amor, esa obsesión, era por un clon de su padre, alguien mucho mayor que ella, alguien que no dudaba en vejarla, en abusar de su confianza, en ningunear sus anhelos, en destruir sus ilusiones. Incluso sexualmente se sentía atraída por la sumisión, por el cállate que yo tengo el control, algo que visto desde la distancia seguro que tiene algo de enfermizo. Ella reconoce que era algo enfermizo. Fueron los mejores polvos de su vida, pero enfermizos. Lejos de huir del sexo por los abusos, se dejó llevar por el sexo más salvaje, el que la hacía sentirse como una puta, por lo que sentía que debía ser, porque eso es lo que en su infancia había tenido claro: esto está mal, pero no se lo digas a nadie.

Sin quererlo volvió el patrón. Y salir de ese patrón cuesta. Sinceramente he de decir que le está costando. Se ha dado cuenta de que ha terminado en manos de un tirano, de un abusador, que ha vuelto al cliché de la víctima sin nadie que la ampare, sin una madre que la proteja, de un padre maltratador. Y lo peor de todo es que una vez libre del yugo del tirano, echa de menos estar bajo su influjo. Yo le repito constantemente que debe salir de ahí, que merece que la quieran de verdad, pero ella cree aún que puede cambiar a su verdugo como quiso cambiar a su padre hasta que supo que la única solución era convencer a su madre (con 14 años) que lo mejor era sacar a aquel monstruo de sus vidas. Aquella vez, con 14 años, supo reaccionar ante la adversidad. Creo, pero, que le faltó algo, le faltó apoyo, hacer limpieza de verdad, si no no me explico cómo , veinte años después, aún es capaz de justificar lo injustificable, cómo ahora, siendo adulta, no es capaz de tomar la decisión que tomó hace veinte años. O solo la toma a medias.

Solo me queda el consuelo de quererla tal y como es y de ayudarla en todo lo que puedo, de repetirle día tras día que tiene los mejores amigos del mundo y que, aunque la vida sea una mierda, siempre hay alguien que quiere mejorarla.  

sábado, 17 de enero de 2015

Hablando de persianas...

En persiana cerrada no entra frío
He de confesaros algo: estoy como una chota. Bueno, es algo que ya sabéis desde siempre, pero cuanto más tiempo pasa, más me doy cuenta de que estoy peor que una cabra montesa. Concreto un poco. Hoy me he sorprendido a mí misma diciendo en voz alta (y no me dirigía al perro): voy a cerrar la persiana que lo único que entra por ahí es frío. No sé si hablar solo es síntoma de locura, pero creo que muy cuerda no estoy. Hablo con el perro como si me entendiera, pero lo de hablar conmigo misma en voz alta es algo que me pasa últimamente. No es la primera vez, tampoco voy a negarlo, pero creo que lo hago con más asiduidad.
Lo segundo que me ha venido en mente después de la frase es: hablas igual que tu madre. Y no sé qué es peor (permitidme la licencia humorística). Esa era una frase que ella me repetía en invierno: nena, cierra la persiana que lo único que entra por ahí es frío. Razón tenía la mujer, pero lo más raro es que he usado el mismo tono reprobador que utilizaba ella cuando pronunciaba esas palabras. Así que pensando un poco, me he percatado de que uso muchas de sus expresiones sin darme ni cuenta. Y también muchos de sus gestos, sobre todo los faciales. La misma cara de asco, la misma cara sarcástica de ¿qué me estás contando? Etc. Incluso me recuerdo a ella en detalles tan nimios como coger una servilleta en un bar y empezar a enrollarla en forma de canuto. Es algo que hago sin darme cuenta.
Supongo que cuando somos jóvenes no queremos parecernos a nuestros padres, pero a medida que te haces mayor la genética hace lo que tiene que hacer: ponerte en tu sitio. Me alegro de parecerme a ella.


PD: He vuelto porque me apetecía escribir algo. No sé si será constante, eso ya lo veremos.