Dicen los entendidos que lo que te pasa
en la infancia suele marcar tu comportamiento durante la adultez. Es
decir, que el carácter y las actitudes hacia la vida no se forman
solo por condicionantes genéticos, sino que son, sobre todo,
producto de la educación. No estoy descubriendo nada, ni he hecho un
estudio para llegar a tal conclusión.
Conozco el caso de una amiga que cuando
era cría sufrió abusos. Obviaré los detalles porque tampoco hace
falta ser demasiado explícitos. Solo sé que, con el tiempo, ha
vuelto a repetir patrones de su infancia y que es capaz de justificar
situaciones injustificables por lo que sufrió.
Los hijos de maltratadores pueden serlo
en la adultez o bien pueden ser víctimas toda la vida. En el caso
que nos ocupa el maltrato fue físico (no palizas, maltrato de otro
tipo) y psicológico. No era la primera de los hermanos que sufría
ese maltrato, pero la situación fue un tanto diferente: mientras que
su hermana mayor optó por huir, mi amiga no lo hizo. Buscó la
complicidad de su madre y la encontró. Sobra decir que sus hermanos
siempre compararon la actitud de la madre en una situación u otra y
nunca perdonaron que aquella, por fin, hiciera lo que tenía que
hacer. Los condicionantes socioeconómicos pueden explicar, muchas
veces, la actitud frente a situaciones limite, y no me voy a poner a
juzgar por qué aquella misma madre no actuó de la misma forma en
los dos casos. En definitiva lo importante es que, al final, actuó.
A lo que iba. Mi amiga no es una
maltratadora. Pero ha repetido esquemas toda su vida. O al menos,
hasta que no ha encontrado un esquema parecido al de su infancia no
se ha percatado de lo que realmente todo aquello la afectó.
Como si de un complejo de Electra se
tratara, ha buscado en sus parejas aquello que no tuvo en su
progenitor: el amparo, la protección. Mantuvo relaciones sanas, con
personas cuerdas, equilibradas, sensibles, protectoras. Pero algo en
su interior la empujó a boicotear esas relaciones. No estaba
acostumbrada al amor, al respeto, a la admiración del otro. Boicoteó
esas relaciones, tras un tiempo o nada más empezar. Sin saberlo,
estaba repitiendo un esquema infantil. Nunca había visto amor en sus
padres, nunca había sentido que se respetaran y, por si fuera poco,
había sido blanco de las faltas de respeto de uno de sus
progenitores. Creía que eso era lo normal. Siempre sin saberlo. Si
uno se para a pensarlo sabe que eso no es lo normal, pero la psique
es demasiado complicada como para detectar rápidamente que estás
equivocado.
Finalmente, encontró, sin buscarla,
una persona por la que creía morir, por la que sabía que era capaz
de morir. Equivocadamente, ese amor, esa obsesión, era por un clon
de su padre, alguien mucho mayor que ella, alguien que no dudaba en
vejarla, en abusar de su confianza, en ningunear sus anhelos, en
destruir sus ilusiones. Incluso sexualmente se sentía atraída por
la sumisión, por el cállate que yo tengo el control, algo que visto
desde la distancia seguro que tiene algo de enfermizo. Ella reconoce
que era algo enfermizo. Fueron los mejores polvos de su vida, pero
enfermizos. Lejos de huir del sexo por los abusos, se dejó llevar
por el sexo más salvaje, el que la hacía sentirse como una puta,
por lo que sentía que debía ser, porque eso es lo que en su
infancia había tenido claro: esto está mal, pero no se lo digas a
nadie.
Sin quererlo volvió el patrón. Y
salir de ese patrón cuesta. Sinceramente he de decir que le está
costando. Se ha dado cuenta de que ha terminado en manos de un
tirano, de un abusador, que ha vuelto al cliché de la víctima sin
nadie que la ampare, sin una madre que la proteja, de un padre
maltratador. Y lo peor de todo es que una vez libre del yugo del
tirano, echa de menos estar bajo su influjo. Yo le repito
constantemente que debe salir de ahí, que merece que la quieran de
verdad, pero ella cree aún que puede cambiar a su verdugo como quiso
cambiar a su padre hasta que supo que la única solución era
convencer a su madre (con 14 años) que lo mejor era sacar a aquel
monstruo de sus vidas. Aquella vez, con 14 años, supo reaccionar
ante la adversidad. Creo, pero, que le faltó algo, le faltó apoyo,
hacer limpieza de verdad, si no no me explico cómo , veinte años
después, aún es capaz de justificar lo injustificable, cómo ahora,
siendo adulta, no es capaz de tomar la decisión que tomó hace
veinte años. O solo la toma a medias.
Solo me queda el consuelo de quererla
tal y como es y de ayudarla en todo lo que puedo, de repetirle día
tras día que tiene los mejores amigos del mundo y que, aunque la
vida sea una mierda, siempre hay alguien que quiere mejorarla.
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