martes, 20 de enero de 2015

Basado en hechos reales...

Dicen los entendidos que lo que te pasa en la infancia suele marcar tu comportamiento durante la adultez. Es decir, que el carácter y las actitudes hacia la vida no se forman solo por condicionantes genéticos, sino que son, sobre todo, producto de la educación. No estoy descubriendo nada, ni he hecho un estudio para llegar a tal conclusión.

Conozco el caso de una amiga que cuando era cría sufrió abusos. Obviaré los detalles porque tampoco hace falta ser demasiado explícitos. Solo sé que, con el tiempo, ha vuelto a repetir patrones de su infancia y que es capaz de justificar situaciones injustificables por lo que sufrió.

Los hijos de maltratadores pueden serlo en la adultez o bien pueden ser víctimas toda la vida. En el caso que nos ocupa el maltrato fue físico (no palizas, maltrato de otro tipo) y psicológico. No era la primera de los hermanos que sufría ese maltrato, pero la situación fue un tanto diferente: mientras que su hermana mayor optó por huir, mi amiga no lo hizo. Buscó la complicidad de su madre y la encontró. Sobra decir que sus hermanos siempre compararon la actitud de la madre en una situación u otra y nunca perdonaron que aquella, por fin, hiciera lo que tenía que hacer. Los condicionantes socioeconómicos pueden explicar, muchas veces, la actitud frente a situaciones limite, y no me voy a poner a juzgar por qué aquella misma madre no actuó de la misma forma en los dos casos. En definitiva lo importante es que, al final, actuó.

A lo que iba. Mi amiga no es una maltratadora. Pero ha repetido esquemas toda su vida. O al menos, hasta que no ha encontrado un esquema parecido al de su infancia no se ha percatado de lo que realmente todo aquello la afectó.

Como si de un complejo de Electra se tratara, ha buscado en sus parejas aquello que no tuvo en su progenitor: el amparo, la protección. Mantuvo relaciones sanas, con personas cuerdas, equilibradas, sensibles, protectoras. Pero algo en su interior la empujó a boicotear esas relaciones. No estaba acostumbrada al amor, al respeto, a la admiración del otro. Boicoteó esas relaciones, tras un tiempo o nada más empezar. Sin saberlo, estaba repitiendo un esquema infantil. Nunca había visto amor en sus padres, nunca había sentido que se respetaran y, por si fuera poco, había sido blanco de las faltas de respeto de uno de sus progenitores. Creía que eso era lo normal. Siempre sin saberlo. Si uno se para a pensarlo sabe que eso no es lo normal, pero la psique es demasiado complicada como para detectar rápidamente que estás equivocado.

Finalmente, encontró, sin buscarla, una persona por la que creía morir, por la que sabía que era capaz de morir. Equivocadamente, ese amor, esa obsesión, era por un clon de su padre, alguien mucho mayor que ella, alguien que no dudaba en vejarla, en abusar de su confianza, en ningunear sus anhelos, en destruir sus ilusiones. Incluso sexualmente se sentía atraída por la sumisión, por el cállate que yo tengo el control, algo que visto desde la distancia seguro que tiene algo de enfermizo. Ella reconoce que era algo enfermizo. Fueron los mejores polvos de su vida, pero enfermizos. Lejos de huir del sexo por los abusos, se dejó llevar por el sexo más salvaje, el que la hacía sentirse como una puta, por lo que sentía que debía ser, porque eso es lo que en su infancia había tenido claro: esto está mal, pero no se lo digas a nadie.

Sin quererlo volvió el patrón. Y salir de ese patrón cuesta. Sinceramente he de decir que le está costando. Se ha dado cuenta de que ha terminado en manos de un tirano, de un abusador, que ha vuelto al cliché de la víctima sin nadie que la ampare, sin una madre que la proteja, de un padre maltratador. Y lo peor de todo es que una vez libre del yugo del tirano, echa de menos estar bajo su influjo. Yo le repito constantemente que debe salir de ahí, que merece que la quieran de verdad, pero ella cree aún que puede cambiar a su verdugo como quiso cambiar a su padre hasta que supo que la única solución era convencer a su madre (con 14 años) que lo mejor era sacar a aquel monstruo de sus vidas. Aquella vez, con 14 años, supo reaccionar ante la adversidad. Creo, pero, que le faltó algo, le faltó apoyo, hacer limpieza de verdad, si no no me explico cómo , veinte años después, aún es capaz de justificar lo injustificable, cómo ahora, siendo adulta, no es capaz de tomar la decisión que tomó hace veinte años. O solo la toma a medias.

Solo me queda el consuelo de quererla tal y como es y de ayudarla en todo lo que puedo, de repetirle día tras día que tiene los mejores amigos del mundo y que, aunque la vida sea una mierda, siempre hay alguien que quiere mejorarla.  

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