A veces me gustaría tener
fe. Una fe reconfortante, que mitigara el dolor. Una fe por la cual
pudiera disculpar tanto sufrimiento. Porque no entiendo por qué a
las personas buenas no les pasan buenas cosas. Quizás si tuviera fe,
si creyera en un ser superior que guía mi destino, entendería que
todo lo que nos pasa a las personas buenas es fruto de una prueba y
que, tarde o temprano, nos veremos recompensadas. La fe me haría
mover montañas y rezar a lo mejor me aliviaría.
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Pero no tengo fe. Ni en
Dios ni en ningún otro ser que pueda estar en este momento marcando
mi camino. No es una prueba, la vida es así de puta. Y como no tengo
fe no encuentro el consuelo de los creyentes. Como no creo que Dios
me esté probando para vivir en un más allá paradisíaco, como no
creo que la madre tierra sea tan hija de puta como para ponerme
piedras en el ya de por sí empinado camino, no hallo respuestas a
mis plegarias. Es jodido no tener fe. Benditos aquellos que creen en
algo. Yo no creo en nada y, en ocasiones, ni en las personas buenas.
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