El día que me echaron del
trabajo en el que había estado durante tres años no supe hacer otra
cosa que llorar. Nos reunieron en una sala para explicarnos los
supuestos motivos del recorte de personal, motivos que nadie creía,
y todo aquello que estuve ensayando ante el espejo días antes,
cuando sospechaba que aquella misteriosa reunión era para
despedirnos, todo aquello que pensaba decir se diluyó entre
lágrimas. Ese sentimiento de impotencia paralizador que acecha en
situaciones límite que no sabemos cómo afrontar hizo que no supiera
decir con palabras todo lo que quería decir, todo lo que debía
decir. Y no lo dije. Pero dos años después quizás estoy ya
preparada para decir todo lo que aquel día guardé para mí.
Meses antes de aquella
reunión, el cambio de gobierno no trajo consigo más que malas
noticias. Sabía de antemano que mis funciones iban a desempeñarlas
otras personas porque desde el primer día que entré a trabajar en
aquella “empresa” no fui bienvenida. Las reticencias ante
personal civil en una institución dominada por el sentimiento de
jerarquía y disciplina pseudomilitar no podía ser más que acogida
con susceptibilidades. No pasar por el aro por el mero
hecho de tener pensamiento propio estaba mal visto, por aquello de
los grados de antigüedad y el miedo a un expediente si no se cumplen
las órdenes. Nuestra entrada en el sistema era una especie de
insubordinación futura encubierta. Era de los otros, y los otros
nunca pueden ser de los nuestros, ni lo serán.
La visita de la nueva
coordinadora del cotarro acabó por despejar la incógnita, semanas
antes del desenlace fatal. Debía haberme preguntado por mis
funciones, y acabó interesándose más por mis subordinados que por
mis tareas habituales. ¡Mau! Así, de este modo supe que en cuanto
terminara mi enésimo contrato temporal iban a prescindir de mis
servicios.
El día de autos, reunidos
en aquella sala que parecía un despacho oval, aquel día todo fueron
halagos hacía las funciones desempeñadas pero, oh maldita crisis,
tenían que recortar personal. Pero lo cierto es que ellos querían
volver a tener el control de la situación y nosotros, los otros,
éramos un enorme obstáculo. Además, nos había contratado un
gobierno de distinto color (aunque nuestros nombramientos no fueron
políticos, nunca me he relacionado con esa casta) y no quedaba bien
mantenernos en unos puestos que podían desempeñar otras personas
con escasa preparación pero más acostumbrados al “sí, a sus
órdenes”. Fue así de simple. Los que nos agasajaban por el
trabajo realizado eran los mismos que por detrás criticaban nuestro
esfuerzo, eran los mismos que no querían entender nuestras
decisiones, los mismos que siempre dudaban de cuanto proponíamos.
definanzas.com |
Aquel día, el día del
final, no supe más que llorar por todo lo que perdía. Aquel día
solo supe preguntar por qué no habían tenido en cuenta nuestra
experiencia y opinión para una futura reorganización del sistema.
Fue lo único que alcancé a decir, después que la coordinadora del
cotarro soltara por esa bocaza que llevaba días sin dormir pensando
en cómo mantenernos en una estructura que de por sí era difícil de
mantener. ¿Tú has estado días sin dormir pedazo de zorra? Eso lo
pensé, pero no lo dije. Nosotros sí hemos estado días sin dormir
pensando en las hipotecas/alquileres que no vamos a poder pagar,
pensando en los hijos que no vamos a poder mantener, pensando en todo
lo que va a acabar destruido por tu incompetencia. Nosotros hemos
recurrido a somníferos para sobrellevar la situación. No tú,
estúpida soplapollas. Todo esto es lo que me hubiera gustado decir
aquel día, pero lo cambié por unas lágrimas.
Curioso. A mi me dijeron algo parecido...
ResponderEliminarLo de la falta de dinero? Hubo otra supuesta causa, un decreto por el cual no se podían renovar más personas por acumulación de tareas/refuerzo. Pero el decreto de lo siguen saltando a la torera renovando a dos personas que en principio debían estar en nuestra misma situación.... Qué raro, todo, no te parece, anónimo?
ResponderEliminar